Lunes 14 de marzo 2016

Cuando se es torero, o cuando se nace torero, la existencia gira entorno al toro, animal respetado y querido por los que lo crían y por los que lo lidian en la plaza. Se dicta la vida por reglas que los toreros se imponen : reglas sencillas pero tan importantes en lo que a entrega total se refiere.

Muchas personas, muchos aficionados, piensan que los toreros son seres particulares, con un sentido agudo de la abnegación, del tesón, del pundonor y del valor. Y tienen razón. Decía Nelson Mandela : « He entendido que el valor, no es ausencia de miedo sino la capacidad para vencerlo ». Son hombres que tienen facultades para poner la vida en peligro por pasión, para superarse. Se puediera creer que no conocen el miedo, el temor de morir. Pero no es nada de eso.

Al contrario, son seres que quieren la vida, muy allegados de la naturaleza y que tienen un amor muy grande para su familia. Muy humanos, en el sentido moral de la palabra, los toreros son personajes muy cariñosos, a quienes no les gustan la violencia y que tienen una humanidad ejemplar.

Desde su niñez, Juan Bautista dedica su vida al toro. Vive para y por él. Su lucha diaria es la de la búsqueda de la perfección, de la mejora perpétua. Cuando se alejó de los ruedos durante una temporada y medio, se dio cuenta de que sin los toros no podía existir, o sea vivir.

Su búsqueda de la felicidad es la de la pasión ; su virtud, la de la Tauromaquia y de los valores que transmite. Jean-Jacques Rousseau afirmaba : « No hay felicidad sin valor, tampoco virtud sin lucha ». La de Juan Bautista justamente es la virtuosa del Toreo.

Foto Administración Juan Bautista